Consciente de las consecuencias políticas de las acciones en los espacios públicos, Glusberg prefirió cambiar la dirección de sus actividades y vender lámparas Modulor a la dictadura militar
(1976-83) para alumbrar las autopistas.
Las nuevas prácticas artísticas callejeras se asociaron a las marchas pacifistas contra la guerra de Vietnam (1955-1975) que reunían cantantes populares, actores, filósofos, artistas visuales, junto a políticos y pensadores. Los creadores visuales realizaron, fuera del museo o galería, obras que debían ganar significado por sí mismas en los sitios públicos; los actores realizaron creaciones colectivas y derribaron la cuarta pared. Nació entonces lo que el artista Carlos Filomía definió como activismo político-cultural, concepto que contuvo producciones y el arte de acción que por influencia del idioma inglés conocemos como performance. Se redescubrieron las vanguardias europeas de las décadas contemporáneas a la primera guerra con el discurso anarco-libertario, y se conformaron colectivos interconectados, de experimentación entre diferentes países que coincidían en evitar que la obra se redujera a una mercancía. En 1955 el ya nombrado grupo japonés Gutai, de arte de acción, influyó sobre los norteamericanos Clement Greenberg, Joseph Kosuth, Robert Rauschenberg y Jasper Johns, el compositor John Cage, el coreano Nam Jun Paik y el alemán Joseph Beuys. La oposición a la guerra contra Vietnam, el racismo, el nacimiento del movimiento feminista y la revolución cubana, los asesinatos de Kennedy, Luther King y el Che, el mayo francés (1968), el rechazo al objeto de mercado en el arte, la instauración de la economía del conocimiento y el desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones fueron algunos de los hechos que motivaron el nacimiento del arte conceptual liderado por Kosuth. En Europa, Yves Klein y Piero Manzoni desarrollaron innovaciones estéticas y conceptuales que contribuyeron a sentar las bases del arte conceptual. Éste ya no se basa en un objeto-mercancía y su valor mayor se concentra en el concepto de la creación. Ya no se espera la venta de cuadros, objetos, esculturas, sino la búsqueda de superar el cuerpo físico, como quería Dadá. A esto contribuyeron la popularización de la fotografía, el video y el arte de acción.

Programa. Marcha del 28 de agosto de 1963 por el empleo y la libertad (Washington).

Nam June Paik. TV Buddha.1974.

El cantante Bob Dylan, que interpretó varias canciones como «Only a Pawn in TheirGame» (Sólo un peón en su juego), tema que habla del asesinato del activista de los derechos civiles Medgar Evers y cantó «Whenthe Ship Comes In» (Cuando llega el barco), acompañado de la cantante de folk Joan Báez.
Jasper Johns. Tresbanderas.1958.


Joseph Kosuth. Una y tres sillas.1965

Robert Rauschenberg. Satélite 1955
El Arte Correo como lo había pensado en Fluxus su creador, Ray Johnson (1927-1995), lo incorporaron en Argentina Horacio Zabala (n.1943) y Edgardo Vigo (1928-1997): convocaron a los artistas gráficos y del collage, poetas y músicos, con una temática determinada. Los participantes enviaban la obra por correo a una dirección predeterminada. La exposición era muy amplia y se concretaba fuera del circuito de arte (¿un hogar, una calle?); se completaba con el catálogo que incluía la lista de los autores y sus direcciones. Muchos de ellos lo repetirían con una nueva convocatoria. Este fue y es un sistema donde el tema es libre, la autoría colectiva, la venta reemplazada por el intercambio, la participación abierta y el modo de distribución, el correo. Cuando la dictadura secuestra y desaparece al hijo de Edgardo Vigo, este inicia una campaña con el arte correo reclamando por su aparición, que se concentra en su sello —e instalación— “sembrar la memoria para que no crezca el olvido”.
A finales de la dictadura, Carlos Filomía (1936) con el bagaje de sus prácticas gráficas: imagen con la polaridad del blanco, rojo y negro, variedad de procedimientos para el dibujo recurriendo al aerosol como en los grafitis y pintura, collage, fotocopia y las técnicas fotográficas de la gráfica realiza afiches muy sugerentes como para que el peatón los complete. Interpeló al peatón con su discurso visual, esperando respuestas de los espectadores a los que convierte en coautores haciendo de los afiches obras seriadas y participativas que completan su circuito expuestos en Centros Culturales y Museos donde volvían a ser intervenidas.

Asesinato de John Kennedy 22.11.1963 / Asesinato de Ernesto Che Guevara 09.10.1967/ Asesinato de Martin Luther King 04.04.1968/

Grafiti. Manifestación estudiantil. Represión. Mayo francés,1968
La desaparición. El signo.
Existía el signo-palabra que nombraba la “desaparición”. Podemos suponer las características terroríficas y angustiantes —para familiares, amigos/as y conocidos/as— que conlleva saber que secuestran a todos/as para interrogarlos/as, como dijo el general Ramón Genaro Díaz Bessone, que fue comandante del II Cuerpo de Ejército y Ministro de Planeamiento de la dictadura, para averiguar si es culpable o si puede conectar con alguien que efectivamente lo sea, que igualmente será interrogado para confirmarlo o para buscar otro vínculo con uno más. Para nombrar esa práctica se habla del “desaparecido”, palabra que adquirió lectura internacional en español asociada especialmente a la dictadura argentina, junto al término inglés missing. La condición de desaparición a la que me refiero en este texto es la “desaparición forzada” o “desaparición involuntaria de personas”, término jurídico que designa el delito que viola los derechos humanos, ya sea cometido por el accionar del Estado en forma directa o por interpósitos ejecutores, que se constituye en “crimen de lesa humanidad” según el Estatuto de Roma (1998) y la Convención sobre Desaparición Forzada de Personas (1994).
La gran mayoría de los gobiernos desde la antigüedad secuestró, torturó y asesinó a quienes se les oponían. Hay infinitos testimonios históricos, literarios y plásticos. En el siglo XX sabemos del registro del mariscal alemán Wilhelm Keitel, del Tercer Reich, que fue procesado y condenado en Nüremberg a la pena de muerte por ser responsable de la aplicación del decreto Nachtund Nebel (noche y niebla), antecedente histórico de la tipificación del crimen de desaparición forzada ejercido por el Estado. Pero después le siguió la Guerra Civil española (1936/39), donde una ley prohíbe identificar los 200.000 enterrados en fosas comunes. Consideremos también los 1.700.000 enterrados sin identificación de Camboya (1975-79), las 20.000 víctimas en Argelia (1990), donde OAS organizó y reglamentó la metodología de las desapariciones que luego enseñaría a las fuerzas armadas de América, donde luego se desarrolló la “Operación Cóndor”, durante las décadas de 1970 y 1980, en la que regímenes militares y paramilitares secuestraron e hicieron desaparecer a opositores políticos y activistas.

Piero Manzoni. Mierda de artista. 12.08.1951.


Set free Palomo. 1977. Sello de Arte Correo. Edgardo Vigo

Joaquín Penina. Obrero fusilado y desaparecido por la policía de Santa Fe el 09.09.1930.
En Argentina, la desaparición forzada por la acción de los responsables del Estado registra ejemplos desde 1930 —durante la primera dictadura militar (1930-1932)—, cuando el albañil catalán Joaquín Penina fue fusilado clandestinamente por la policía de Rosario (Santa Fe) y su cuerpo se mantuvo desaparecido hasta que lo encontraron enterrado como NN. A él le siguieron en 1936 los militantes anarquistas Miguel Roscigna, André Vázquez Paredes y Fernando Malvicini, en 1955 el médico y militante comunista Juan Ingalinella, que había denunciado los bombardeos a la Plaza de Mayo, y en 1962 uno de los fundadores de la Juventud Peronista, el obrero metalúrgico Felipe Vallese. En la espiral de violencia de la década del setenta, la metodología de la desaparición se extendió hasta alcanzar el punto más alto durante la última dictadura (1976-1983). La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), creada por el gobierno democrático de Raúl Alfonsín, registró como el caso más antiguo a investigar en ese período, el del militante católico Ángel Enrique “Tacuarita” Brandazza (1946-1972).
Cuando a alguien se lo espera pero no llega, inmediatamente nos preguntamos dónde está. Cuando sabemos que el ausente se fue de viaje nos viene la imagen sugerente del viajero en esa situación, y lo mismo sucede cuando sabemos que fue detenido: se lo piensa entre rejas. Cuando sabemos que la persona está muerta buscamos el cuerpo para vivir el duelo, ese ritual necesario para fijar la comprensión cierta de la muerte. Si ninguna de esas circunstancias se cumple, la angustia ante la ausencia atrapa a sus amigos, compañeros y familiares. Es un dolor que no cesa ante las preguntas: ¿dónde está?, ¿qué le pasó?, ¿por qué? ¿vivirá?, ¿regresará?, ¿cuándo?
La pérdida se vive como un duelo sin muerte, ni velatorio, ni cuerpo. A la conciencia de no tener respuesta en dictadura le sigue la pregunta de quién de los cercanos será el próximo en desaparecer y, también, qué se puede hacer para buscar al que no está. Los que formaron el entorno del ausente se sienten al límite de la lucidez, la madre duda si soñó tener un hijo y aun, si la familia existe. Esta acción de desaparición se multiplica en otras víctimas. Entonces, la familia de los desaparecidos comienza a padecer el aislamiento social. Se siente estigmatizada por el “algo habrá hecho” de familiares y vecinos. Los amigos, los compañeros —temerosos del poder de los ejecutores—se preguntan si alguno de ellos será buscado y caerá como próxima víctima, tal vez delatado en la tortura por el desaparecido. Pero nadie de los que están afuera imagina lo que le pasa al “chupado”, que ahora se convierte en «desaparecido».
Resonaban las palabras de Videla: “ni vivos ni muertos: desaparecidos”. El sentimiento ritual de los familiares y amigos del desaparecido se nombraba en voz baja en todas las conversaciones. La mayor parte de los desaparecidos provenían de familias católicas, evangelistas o judías, y cada una reclamaba la presencia del cuerpo para cubrir sus creencias, sus rituales y también sus necesidades psicológicas. Entre el fallecimiento y el entierro, los católicos y los evangelistas sostienen la costumbre del velatorio, que permite reconocer que la persona ha muerto, que no es un sueño, que el muerto no está solo en su dolor. Y allí se fortalecen quienes lo han conocido, y piden por la resurrección y la vida eterna, mientras revive el misterio sensible de la separación del alma y el cuerpo, para luego acompañar al cuerpo a lo que eufemísticamente se llama “la última morada”. Los judíos —doblemente perseguidos por la visión pronazi de la dictadura argentina—, en ausencia del cuerpo no podían purificarlo con el lavaje, ni realizar el aninut, ni iniciar las lamentaciones. Desde sus diferentes creencias, todos ellos pensaron en el ignominioso repositorio sin lápida ni nombre en el que —si ya estaban muertos— encontrarían tal vez los huesos de sus seres queridos. Pero el hecho es que solo tenían la falta de certezas: ni prisioneros, ni muertos, ni vivos: desaparecidos. Ni velatorio, ni entierro, ni despedida, ni lugar donde llorar.

Carnet de afiliado de la U.O.M. de Felipe Vallese, dirigente de la Juventud Peronista desaparecido el 23.08.1962

Juan Ingalinella, médico y militante comunista que denunció los bombardeos a la Plaza de Mayo, torturado y desaparecido por la policía de Santa Fe.1955.

Rodolfo Aguerreberry

Guillermo Kexel

Julio Flores
En 1981 la Fundación Esso imaginó crear un salón muy libre y sin disciplina para el año siguiente. Pero, ¿se puede pensar una actividad libre y artística, durante un régimen en que no se sabe cuántos fueron desaparecidos ni qué se ha hecho de ellos? En esas circunstancias, los argentinos Rodolfo Aguerreberry (1947-1997), docente de arte, Guillermo Kexel (nacido en 1953), fotógrafo y serígrafo y Julio Flores (nacido en 1950), docente de arte, comenzamos a pensar y a diseñar una idea que diera imagen a los desaparecidos.
Nos preguntamos cómo visualizarlos y darle dimensión a lo que ya sabíamos que era una gigantesca masacre. Debíamos crear considerando la sintaxis visual, la claridad de la semántica y su pragmática. Pensábamos en un signo, un objeto, un fenómeno o hecho que, por una relación natural o convencional, representara o evocara al desaparecido, a la situación de desaparición. En la investigación agregamos la percepción del espacio que ocuparía cada desaparecido.
Cuando un signo está, se lo conoce porque aparece representando lo que no está, y eso estaba faltando para señalar la desaparición y su masividad. “¿Qué sería un volumen que mostrara la pérdida de un cuerpo? ¿Qué es un volumen portador, un mostrador de vacío? ¿Y cómo hacer de ese acto una forma, una forma que nos mira?” escribirá Didi-Huberman décadas después. La ausencia de los cuerpos debía ser reparada por medio de una forma que pudiera representar ese vacío (no otro) con la claridad y la contundencia necesarias para sentir la recuperación del ausente, que no está “ni vivo ni muerto: desaparecido”. Pero la ausencia no es un vacío, tiene identidad y no es indiferente. Debían descubrirse, en cada ser ausente, particularidades pensadas y visualizadas. Es la ausencia de alguien querido, deseado, y los familiares, amigos y compañeros lo reconocemos como un hecho injusto e ilegal que, aunque se sume a muchas otros, no conforma un evento único sino un coral de historias particulares y diferentes. ¿Cómo representar la ausencia si el signo de su representación llenaría los vacíos?
Para concretar ese vacío dibujamos variantes diversas, considerando que hay aspectos de la representación que no se reflejan en la lectura del espectador como se los pensó en el estado de creación. Empezamos a definir la idea de representar cuerpos humanos con diferentes formatos y posiciones. Reconocíamos que no podíamos hacer muchas veces la misma imagen impresa siempre igual y que remitiera a la idea de “uno de los desaparecidos”, sino que era necesario sugerir de algún modo que todos eran diferentes y tenían historias propias. Por ese motivo desechamos utilizar una figura impresa reiteradamente. Entonces aporté un afiche del diseñador polaco Jerzy Skapski, publicado muchos años antes —en octubre de 1978— en El Correo de la Unesco. Allí, sobre un fondo negro, están trazados veinticuatro renglones en los que se ven filas de pequeñas figuras humanas. Debajo, un texto dice:
CADA DÍA EN AUSCHWITZ morían 2370 personas, justo el número de figuras que aquí se reproducen. El campo de concentración de Auschwitz funcionó durante 1688 días, y ese es exactamente el número de ejemplares que se han impreso de este cartel. En total perecieron en el campo unos cuatro millones de seres humanos.

La propuesta de Skapsky nos permitió pensar en un número, una cantidad. Era una idea muy valiosa pero poco efectiva, porque había sido concebida considerando espectadores consumidores de libros y revistas culturales. Nosotros pensábamos en una muy amplia sociedad argentina urbana, rural y exilada, silenciada, amenazada y sin debate, cercana al final de la dictadura. Consideramos que debía crearse una experiencia que visualizara al desaparecido ocupando el espacio de una persona, y mostrar el lugar que ocuparían todos los que faltaban. Para ello era necesario hacerlos de un tamaño cercano al real. Intuíamos que, si a la cantidad de imágenes se le sumara el espacio que ocupa cada individuo, la magnitud aumentaría la comprensión de la masacre, y además supusimos que la figura en tamaño real como silueta plana podría inducir a pensar mejor en el cuerpo vacío que dibujada en afiches. Calculamos tamaños y superficies.
Si se pusiera de pie una persona al lado de otra hasta reunir a treinta mil personas, calculando un ancho de medio metro por cuerpo, tendríamos una franja de quince kilómetros. El impreso sería suficiente para envolver más de dieciocho veces el Centro Cultural de la Recoleta —en el que se expondría el Premio Esso— y el cementerio adyacente, o bien envolver, una por una, treinta y siete manzanas de la ciudad. Entre las variaciones imaginadas, calculamos que puestos pie con cabeza, acostados en el piso —empezando en la Plaza de Mayo y tomando la avenida Rivadavia, derecho—, llegarían a las puertas de la localidad de General Rodríguez. Kexel imaginó un laberinto con las imágenes verticales, que obligara al espectador a circular ante ellas. Supuso que los espectadores se enfrentarían con las imágenes. Sería esto dialogar con el vacío, con la ausencia, con la presencia de la ausencia. Y las imágenes también nos mirarían, cuando existieran las condiciones de realizar el evento. La extensión impone su magnitud no desprovista de emoción política. Era el tiempo dictatorial de censura y represión pero estaba latente el deseo de abrir las compuertas para expresar los reclamos.
Mientras se hacían las siluetas ¿dónde podría acumularse ese papel, considerando su tamaño y peso físico? ¿Cómo pintarlo o imprimirlo y dejarlo secar? Si lo pintaran cien artistas, cada uno de ellos tendría que realizar trescientas imágenes… Y en ese caso, ¿quiénes se sumarían?, ¿dónde reunirlos? Cuando intentamos buscar apoyo en partidos políticos y en sociedades de artistas, no lo encontramos, e incluso nos señalaron los riesgos, que nosotros no desconocíamos.
Estábamos en esas búsquedas alternativas cuando los militares, intempestivamente, invadieron las islas Malvinas y enfrentaron a Inglaterra, que las tenía ocupadas desde 1833. La Fundación Esso se fue del país y aquel Salón se suspendió. Pero la idea siguió latente madurando en nosotros. Tras la derrota, la sociedad argentina profundizó los reclamos por recuperar la democracia y la vigencia de los derechos humanos.
Desde 1981 las Madres de Plaza de Mayo intentaban hacer una marcha de veinticuatro horas en la Plaza. En la primera, a ellas y a los militantes de las organizaciones de Derechos Humanos que las acompañaban, los corrió el Cuerpo de la Montada de la Policía Federal por las calles del microcentro bancario. En la segunda, en 1982, el cuerpo de motociclistas de la Federal las arrinconó en la esquina de Perú y Av. de Mayo, donde las Madres y los militantes de otras organizaciones quedaron resistiendo y marchando en círculos. Ahora, en su afán de ocupar la Plaza, las Madres junto con el Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel convocaban a una Tercera Marcha de la Resistencia para el 21 y el 22 de septiembre de 1983, el Día de las Artes, de la Juventud y de la Primavera. Sería un homenaje a los más jóvenes —que representaban la mayor franja etaria entre los desaparecidos—, y querían hacerlo invitando a los manifestantes a pintar. Esta nueva situación nos llevó a cambiar integralmente el proyecto general para presentárselo a ellas. Llevamos a las Madres de Plaza de Mayo la propuesta, en la que se detallaba la intención de “realizar 30.000 imágenes de figuras humanas a tamaño natural elaboradas por todas las entidades y militantes de distintos sectores que coincidan en reclamar por los derechos humanos”. Nuestros objetivos eran “reclamar por la aparición con vida de los desaparecidos (…); darle a la movilización otra posibilidad de expresión y perdurabilidad temporal; crear un hecho gráfico que golpee al Gobierno a través de su magnitud física y desarrollo formal y, por lo inusual, renueve la atención de los medios de difusión y provoque una actividad aglutinante, que movilice muchos días antes de salir a la calle”. Las Madres, sorprendidas con la propuesta —nunca habían pensado en una creación visual sistemática— aceptaron el proyecto y con las Abuelas de Plaza de Mayo, aportaron el dinero para comprar algunos materiales.
Las Madres y las Abuelas pusieron condiciones: las siluetas debían estar verticales porque “con vida los llevaron y con vida los queremos”; no debían tener nombre ni consigna política, solamente “aparición con vida” porque cada silueta debiera representarlos a todos. Los que habíamos originado el proyecto estábamos dispuestos a la flexibilidad de la obra en proceso. Esa capacidad de transformación predominó en la evolución del proyecto, ya que se registró desde la elaboración de la propuesta al desarrollo colectivo y rizomático con diversos rangos de situaciones producidas en el diálogo entre los creadores y las Madres, y luego los manifestantes y los recreadores de la acción reclamando en las diferentes instancias por los que no están.
Las siluetas se comenzaron a producir en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires, en la unidad básica de Intransigencia y Movilización, en la facultad de Odontología y en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. La idea era llegar a la Plaza de Mayo con siluetas listas para ser pegadas y allí también seguir elaborándolas.
BIBLIOGRAFÍA
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- El arte moderno. (1975) Giulio Carlo Argan
- El Siluetazo. (2002) Ana Longoni, Gustavo Bruzzone
- Del pop art a la nueva imagen. (1985) Jorge Glusberg
- Lo que vemos, lo que nos mira. (1992) Gustavo Didi-Huberman
- Walter Benjamin, productivista. (2010) Marcelo Expósito
(*) Es coautor del concepto del 1er Siluetazo o Silueteada. Es docente en la Universidad Nacional de Arte y artista visual