La condición de la desaparición
Para estudiar la particularidad del signo del/de la desaparecido/a, que nació entre tres creadores argentinos con el objetivo de ser entregado a las organizaciones de derechos humanos que pedían recuperar con vida a los y las que con vida se habían llevado, se necesita exponer los orígenes de las prácticas y las circunstancias históricas de los años de la dictadura del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983). Realizaremos algunos registros del sentimiento de los que buscaron a los desaparecidos y de los que tuvieron responsabilidad en la planificación de los delitos.
A la realización masiva del signo del desaparecido se le impuso como nombre la palabra Siluetazo, valorando la cantidad de siluetas que invaden el espacio público cuando se la realiza. Pero para quienes iniciamos el proyecto, tanto la idea como su ejecución son colectivas y forman parte de una acción como herramienta de visualización política, donde lo más importante es el valor de la realización como reclamo. Por ese motivo consideramos más válido el término Silueteada. Así se la nombra en este texto.
Testimonio de los familiares de los desaparecidos
Cuando a alguien se lo espera pero no llega, inmediatamente nos preguntamos dónde está. Cuando sabemos que el ausente se fue de viaje nos viene la imagen sugerente del viajero en esa situación, y lo mismo sucede cuando sabemos que fue detenido: se lo piensa entre rejas. Cuando sabemos que la persona está muerta buscamos el cuerpo para vivir el duelo, ese ritual necesario para fijar la comprensión cierta de la muerte. Si ninguna de esas circunstancias se cumple, la angustia ante la ausencia atrapa a sus amigos, compañeros y familiares. Es un dolor que no cesa ante las preguntas ¿Dónde está?, ¿Qué le pasó?, ¿por qué? ¿Vivirá?, ¿regresará?, ¿cuándo?
La pérdida se vive como un duelo sin muerte, ni velatorio, ni cuerpo. A la conciencia de no tener respuesta le sigue la pregunta de quién de los cercanos será el próximo en desaparecer y, también, qué se puede hacer para buscar al que no está. Los que formaron el entorno del ausente se sienten al límite de la lucidez, la madre duda si soñó tener un hijo y aun, si la familia existe. Esta acción de desaparición se multiplica en otras víctimas. Entonces la familia de los desaparecidos comienza a padecer el aislamiento. Se siente estigmatizada por el “algo habrá hecho” de otros familiares y vecinos. Los amigos, los compañeros –temerosos del poder de los ejecutores–se preguntan si alguno de ellos será buscado y caerá como próxima víctima, tal vez delatado en la tortura por el desaparecido. Pero nadie de los que están afuera imagina lo que le pasa al «chupado». Pilar Calveiro (ex detenida-desaparecida) testimonió que el proceso de desaparición se inicia en el «chupadero» con el reemplazo del nombre por un número y continúa con la denigración por la tortura y la violación a mujeres y a hombres (Calveiro, 2008: 41).La dimensión de este acto de masacre masiva y terrorismo social sugiere la evocación del accionar nazi en la segunda guerra.
¿Cómo hacer visible la pérdida del cuerpo? Los familiares y allegados al desaparecido inician la búsqueda teniendo como datos de existencia la foto de algún documento de identificación o la partida de nacimiento. En Argentina esa experiencia fue masiva en la última dictadura militar (1976-1983). Entonces se reunieron los familiares, y las madres en particular. Nació la agrupación Madres de Plaza de Mayo, en la cual cada una se identificó poniéndose en la cabeza, a modo de pañuelo, un pañal de tela con el nombre del hijo o hija que buscaba y la fecha de su desaparición. Una auténtica metáfora performática que sacaba a las mujeres de la locura de llegar a pensar que todo había sido una terrorífica visión.
Particularidad del signo del desaparecido
La condición de desaparición a la que se refiere este texto es la “desaparición forzada” o “desaparición involuntaria de personas”, término jurídico que designa el delito que viola los derechos humanos, ya sea cometido por el accionar del Estado en forma directa o por interpósitos ejecutores, que se constituye en “crimen de lesa humanidad” según el Estatuto de Roma (1998) y la Convención sobre Desaparición Forzada de Personas (1994).
Desde tiempos antiguos, de manera selectiva, la gran mayoría de los gobiernos secuestraron, torturaron y asesinaron a quienes se les oponían. Hay infinitos testimonios históricos, literarios y plásticos. La historia del siglo XX retiene el registro del mariscal alemán Wilhelm Keitel, del Tercer Reich, que fue procesado y condenado en Nüremberg a la pena de muerte por ser responsable de la aplicación del decreto Nachtund Nebel (Noche y niebla), antecedente histórico de la tipificación del crimen de desaparición forzada ejercido por el Estado.
En Argentina, la desaparición forzada por la acción de los responsables del Estado registra ejemplos en 1930 –durante la primera dictadura militar (1930-1932)-, cuando el albañil catalán Joaquín Penina fue fusilado clandestinamente por la policía de Rosario (Santa Fe) y su cuerpo se mantuvo desaparecido hasta que se lo encontró enterrado como NN. A él le siguieron en 1936 los militantes anarquistas Miguel Roscigna, André Vázquez Paredes y Fernando Malvicini, en 1955 el militante comunista Juan Ingalinella, que había denunciado los bombardeos a la Plaza de Mayo[1], y en 1962 uno de los fundadores de la Juventud Peronista, el obrero metalúrgico Felipe Vallese. En la espiral de violencia de la década del setenta, la metodología de la desaparición se extendió hasta alcanzar el punto más alto durante la última dictadura (1976-1983). La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), creada por el gobierno democrático de Raúl Alfonsín, registró como el caso más antiguo a investigar en ese período, el del militante católico Ángel Enrique “Tacuarita” Brandazza (1946-1972).
Durante la dictadura, el pueblo civil y probablemente la mayoría de los militares tenían poca claridad de a cuántos habían ejecutado y hecho desaparecer en el país. Para imaginarnos el estado de confusión general, a las decenas de miles de víctimas de la represión deberían sumarse los trescientos cincuenta mil argentinos que emigraron en ese tiempo. ¿Cuántos son los que no están? ¿Dónde están? ¿Por qué no se sabe nada de ellos?
Afiche de Ricardo Carpani (1964)
Federación Gráfica Bonaerense
Los victimarios tienen razones y un plan
En diversas oportunidades, el general Ramón Genaro Díaz Bessone, que fue comandante del II Cuerpo de Ejército y Ministro de Planeamiento, y está considerado el teórico de la estrategia militar de secuestro, tortura y desaparición, defendió estos procedimientos. En el telefilm documental Escuadrones de la muerte. La escuela francesa, dirigido por la periodista Marie-Monique Robin, Díaz Bessone descartó el número de treinta mil desaparecidos y afirmó que no eran más de siete mil.
¿Usted cree que hubiéramos podido fusilar siete mil? Al fusilar tres nomás, mire el lío que el Papa le armó a Franco con tres. Se nos viene el mundo encima. Usted no puede fusilar siete mil personas. […]¿Y si los metíamos en la cárcel, qué? Ya pasó acá. Venía un gobierno constitucional y los ponía en libertad. Porque esta es una guerra interna. No es el enemigo que quedó del otro lado de la frontera. Salían otra vez a tomar las armas, otra vez a matar.
(Díaz Bessone en Robin, 2003)
En el telefilm, el general Alcides López Aufranc reconoció que había aprendido sobre la guerra antisubversiva con militares franceses veteranos de Argelia en cursos organizados por él mismo. Ambos militares compararon las consecuencias de uno y otro enfrentamiento, y Díaz Bessone señaló una diferencia:
[cuando Argelia llegó a su independencia] los que combatieron quedaron separados, unos en Argelia y otros en Francia. Con el tiempo es más fácil llegar a un acuerdo, a una amistad, a olvidar lo que pasó. Pero acá fue una guerra interna, con características de una guerra civil. Cuando se termina la guerra tenemos que convivir los antiguos enemigos. Y eso es muy difícil. Porque quedan heridas muy profundas, que seguimos viviendo en la Argentina
(Díaz Bessone en Robin, 2003).
Tanto López Aufranc, como Díaz Bessone y Albano Arguindeguy, declararon creyendo que las cámaras y los equipos estaban apagados. Así quedó registrada la existencia de los asesores franceses que habían formado a brasileños, argentinos, chilenos y norteamericanos, entre otros, en la problemática de la guerra contrarrevolucionaria. Con la experiencia que traían de Indochina y Argelia, estos instructores les habían enseñado desde la creación de la división o compartimentación del territorio en zonas, hasta la metodología de interrogación y tortura a los prisioneros. Díaz Bessone explicó:
Sin un buen sistema de inteligencia es absolutamente imposible desarmar una organización revolucionaria, subversiva, guerrillera, porque ellos no llevan uniforme que los identifique. Al contrario, visten la ropa del paisano, del hombre común, del hombre de la calle. Están en todas partes. Atendiendo un comercio, asistiendo a clases en la universidad o en colegios, enseñando como profesores. Puede ser un abogado, un ingeniero, un médico, un trabajador, un obrero
(Díaz Bessone en Robin, 2003).
Luego señaló que, por diversos métodos, la práctica de la «inteligencia militar» detecta las células, toma prisioneros e interroga para encontrar a sus contactos.
Ese hombre está inserto en una célula de tres a cinco personas. Es necesario interrogarlo para detectar a otro. Una vez que se reconstruye la célula, sólo uno de ellos está conectado con la otra célula. De ese modo se puede ir reconstruyendo el tejido, se va armando un cuadro donde están los nombres de aquellos que pertenecen a una célula, luego la célula con la que están conectados y así sucesivamente hasta llegar a la cabeza, a la cúpula, a la jefatura. La única manera de acabar con una red terrorista es la inteligencia y los interrogatorios duros para sacarles información
(Díaz Bessone en Robin, 2003).
Díaz Bessone explica que en la Argentina se había perdido la distinción entre beligerantes y población civil:
Hemos conocido amigos nuestros, cuyos hijos eran para los padres insospechados, estudiantes, buenos chicos. Ellos no sabían que ese hijo que iba a la universidad estaba en la guerrilla y escondía armas en su propia casa. Al estar metido dentro de la población, a veces se toma a alguien y se piensa que todos los que están en esa casa están complicados en la guerrilla y se cometen errores. Son los errores característicos de esta guerra. La gente que critica no lo va a entender nunca. Pero el error es humano cuando hay guerrilleros infiltrados en la población, hijos, amigos. Una amiga de la hija del jefe de la Policía Federal le puso una bomba en la cama que voló al jefe de policía y quedó destruida esa familia. Y era una amiga. Se salió a perseguir, se encontró a los padres de esa militante. Los padres de esa chica, ¿sabían, conocían? Mientras no se averiguó hubo que interrogar. No en vano se la llama guerra sucia (Díaz Bessone en Robin, 2003).
En opinión de estos militares, aprendieron muy bien de los asesores franceses, que contaron también su visión de los hechos. Un ejemplo es el general Paul Aussaresses, cuyo libro Services Speciaux Algérie 1955/57 sacudió a Francia al narrar los hechos de tortura y ejecuciones en primera persona. Otro es el ex ministro de Ejército, Pierre Messmer, que envió a Aussaresses a Estados Unidos para instruir al ejército de ese país en las prácticas militares que luego aplicaron en Vietnam. Curiosamente, a consecuencia de este accionar sistemático de los asesores franceses, otros ciudadanos franceses recibieron a los exiliados de la dictadura y les dieron refugio en Francia.
En 1979, durante una conferencia de prensa, el periodista argentino José Ignacio López consultó a Videla por la mención que en el Vaticano había realizado el papa Juan Pablo II respecto a los desaparecidos y detenidos sin proceso. El periodista interrogó así al dictador: “Le quiero preguntar si usted le ha contestado al Papa y si hay alguna medida en estudio en el Gobierno sobre ese problema”. Entonces, el genocida respondió:
Frente al desaparecido en tanto este como tal, es una incógnita el desaparecido. Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X, si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tiene un tratamiento Z, pero mientras sea desaparecido no puede tener un tratamiento especial: es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido, frente a eso no podemos hacer nada, atendemos al familiar.
(Conferencia de prensa de J. R. Videla, 13 de diciembre de 1979)
Ex Générale Paul Aussaresses (1918-2013) héroe de la Resistencia antinazi e instructor de interrogatorios de los ejércitos de EEUU y de Latinoamérica. El gobierno francés le quitó el grado militar y el derecho a usar la Legión de Honor.
Ex General de División Ramón Genaro Díaz Bessone, (1925-2017) organizador de los cursos de interrogatorio para los ejércitos de Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Perú y Paraguay. Murió en Prisión domiciliaria habiéndosele atribuido los delitos de privación ilegal de la libertad, homicidio calificado, amenazas, tormentos y asociación ilícita calificada.
Se puede considerar que socialmente existía el signo-palabra que nombraba esta práctica aberrante que se describe. Podemos suponer las características terroríficas y angustiantes –para familiares, amigos/as y conocidos/as— que conlleva saber que secuestran a todos/as para interrogarlos/as, como dijo Díaz Bessone, para averiguar si es culpable o si puede conectar con alguien que efectivamente lo sea, que igualmente será interrogado para confirmarlo o para buscar otro vínculo con uno más. La mayoría de los/as detenidos/as, se comprobó, probablemente no volverían con vida ni se les devolvería el cuerpo a sus familiares. Para nombrar esa práctica se habla del «desaparecido» y esa palabra adquirió lectura internacional en español –junto al término inglés missing— asociada especialmente a la dictadura argentina.
[1]N. del E.: Refiere al bombardeo y simultáneo ametrallamiento aéreo ejecutado el 16 de junio de 1955 en la ciudad de Buenos Aires por un grupo de militares y civiles opuestos al gobierno del presidente democrático Juan Domingo Perón. El objetivo era asesinar al presidente y llevar adelante un golpe de Estado y, si bien fracasaron en su propósito, varios escuadrones de aviones pertenecientes a la Armada Argentina bombardearon y ametrallaron la Plaza de Mayo y la Casa de Gobierno, así como el edificio de la Confederación General del Trabajo y la entonces residencia presidencial, matando a más de trescientas ocho personas e hiriendo a más de setecientas, entre civiles y militares.