El homenaje,
el coloniaje,
el vandalismo y las altas rejas.

Figura ecuestre realizada por el escultor francés Louis-Joseph Daumas, con el basamento modificado por el escultor alemán Gustav Eberlein.

El homenaje

El 16 de julio de 1851 el Gral. Justo José de Urquiza decretó la erección de una pilastra conmemorativa en la plaza central de la ciudad de Paraná al Gral. San Martín, fallecido el año anterior. Pero cuando ocurrió la batalla de Caseros y sus consecuencias, el homenaje fue abandonado. Benjamín Vicuña Mackena (1831-1886), político e historiador chileno, nieto de un general de la Independencia, promovió en 1856 la creación de monumentos a O’Higgins, Carreras y San Martín, y las autoridades crearon una comisión para llevar adelante el proyecto, convocando al escultor francés Louis-Joseph Daumas para su realización. La escultura llegó a Chile en 1861, pero se inauguró en 1863.

En 1860, cuando el gobierno argentino se enteró, contrató a Daumas para que con variantes realizara otra escultura para Buenos Aires, que se iba a entronizar en los cuarteles de Retiro, donde se había creado el Regimiento de Granaderos. El monumento se instaló sobre un austero pedestal blanco mirando hacia el naciente. Con el final del siglo XIX y la cercanía del Bicentenario, las provincias comenzaron a homenajear a Belgrano y a San Martín. En 1901 Santa Fe inauguró en su capital la primera copia de la pieza de Daumas.

El 20 de agosto de 1902, en Mendoza, cuna del Ejército Libertador, se decretó la erección del segundo monumento a San Martín, fundido del mismo molde que había comprado el Arsenal de Guerra. A partir de entonces se realizaron setenta réplicas para el interior del país y para otros países. Simultáneamente surgieron en diarios y publicaciones voces de artistas que reclamaban contra la realización de tantas copias del mismo monumento a San Martín en lugar de convocar a concursos para la participación de los escultores argentinos, diversificando los homenajes. Ante esto, los familiares herederos de Daumas —muerto en 1887— reclamaron los derechos por la autoría de cada una de las piezas copiadas, como debía corresponder. Pero nada de eso contemplaron las autoridades.

Llegado el Bicentenario, en que se homenajearía a los patriotas de la Primera Junta y muchos otros pensadores, activistas y militares como Rodríguez Peña, Castelli, Viamonte, Posadas, Las Heras, Güemes, Vieytes, etc., la ciudad de Buenos Aires vio que, salvo Belgrano, ninguno de ellos tenía un monumento o una placa recordatoria. Solamente los héroes masones de las obras de Mitre (San Martín, Belgrano y Antonio Díaz, el negro Falucho), el político italiano Giuseppe Mazzini, que compartía con la misma logia masónica que el entonces Presidente argentino Domingo F. Sarmiento, que ya tenía su monumento junto a Alsina;  Lavalle y Conesa, caudillos de uno de los sectores de las guerras civiles y Brandsen, que fue militar de Napoleón, luego de nuestro ejército libertador y finalmente murió en la guerra del Paraguay conducida por Mitre. Nos faltaba homenajear en los monumentos a los miembros de la Junta, a los del Triunvirato, a los de la Asamblea del año XIII y a los del Congreso de la Independencia, señaló en su libro María del Carmen Magaz. Pero quien oportunamente reconoció a nuestros próceres y ordenó la edición de litografías con sus retratos fue Juan Manuel de Rosas. Consideraba, con una convicción político-pedagógica, que para que un pueblo defienda la conformación de una patria debe además conocer a los que se juegan la vida por los mismos ideales, como lo señaló también Fermín Chávez en “La cultura en la época de Rosas. La descolonización mental”. Por otro lado, el espacio público es el sitio del poder donde se construye la didáctica del Estado recurriendo especialmente a la arquitectura y a los monumentos.

El coloniaje

Aunque celebráramos los cien años del gobierno propio, nuestra visión era profundamente colonizada. No podemos olvidar que los hombres de mayo de 1810 se alimentaban de la lectura de los pensadores del siglo XVIII, promotores de la Ilustración y la Revolución Francesa. El clasicismo dieciochesco dominaba en la concepción de la estatuaria europea caracterizada por recuperar —como emulación de la realidad—los valores estéticos y filosóficos de la antigüedad clásica. Pero llegado el final del siglo XIX, en Europa los monárquicos se hicieron despóticos, asociados a la nueva clase dominante, mientras un momentáneo retroceso de los procesos revolucionarios —como sucedió con la comuna de París— potenciaba la propagación de ideologías sociales que culminarían en la revolución bolchevique, ya entrado el siglo XX.

Ese cambio de siglo arrastró —con el desarrollo de la industrialización, la inmigración y la modernización general— el deseo de mostrar a los países centrales la presencia grandilocuente de una nación poderosa.

Si bien el Comité Ejecutivo de la Comisión Nacional del Centenario pretendió llamar a un concurso estableciendo las condiciones y los plazos de control, aprobación y entrega de un monumento al Gral. San Martín en el Campo de Marte, del antiguo cuartel del Regimiento de Granaderos, el proyecto fue descartado y se contrató directamente al escultor alemán Gustav Eberlein (14.07.1847- 05.02.1926), que estaba en Buenos Aires participando de otro concurso de homenaje escultórico al Ejército de los Andes y la gesta libertadora, para instalar en el mismo lugar.  Con los cabildeos, Eberlein acordó el poco claro proyecto de unir los dos homenajes en un solo Monumento al Gral. San Martín y a los Ejércitos Libertadores. Para lo cual diseñó un pedestal central elevado, una plataforma con balcón corrido y dos accesos escalonados con cuatro grupos escultóricos en sus extremos y otro al frente del pedestal mayor, once bajorrelieves y dieciséis cascos, palmas de laurel y cintas. La obra la modeló y fundió en Alemania, lo que dificultó el control sobre el relato histórico. El Comité Ejecutivo de la Comisión Nacional encargó para controlar la claridad del relato al embajador en Berlín, que lo derivó en el pintor argentino Ernesto de la Cárcova. Este visitó en enero de 1910 el atelier de Eberlein y señaló que la actitud y el carácter de los personajes no coincidían con el relato histórico, que la fauna y la flora no eran americanas y que los soldados, todos de aspecto europeo, —muy lejano a los criollos, indios, mulatos y negros del Ejército Libertador— lucían uniformes napoleónicos. También informó que la obra sería entregada según lo acordado de tiempo y forma, y que como la mayor parte de las piezas ya estaban fundidas, sólo se habían podido modificar unos pocos errores. Eberlein, al mismo tiempo, hizo el monumento a Nicolás Rodríguez Peña y unos años después fue convocado para hacer la figura de Don Juan de Garay.

El 11 de abril de 1910 llegó el monumento a San Martín, que fue inaugurado el 27 de mayo cambiando la dirección en la que estaba emplazada originalmente la obra de Daumas. Ahora San Martín dejaba de señalar el mar, a Europa y al naciente, para apuntar al noroeste, la cordillera de los Andes, Chile y Perú. También se cambió el pedestal blanco, que fue elevado y rodeado de un balcón envolvente revestido de granito rojo lustrado.

Al frente del conjunto escultórico, Eberlein había propuesto instalar a Minerva, la diosa romana de las artes, la sabiduría y las técnicas de la guerra, pero el Comité indicó que debía presidir Marte, que es representado sosteniendo con espíritu germánico el cóndor americano.

En cada ángulo Eberlein instaló un grupo alegórico: La Partida, La Batalla, La Victoria y El Regreso. En La Partida se ve a un soldado y un ciudadano (no parece un criollo) con una bandera en el suelo y un tambor roto. En La Batalla representó la escena de dos soldados (uno de ellos herido) sosteniendo una bandera junto a una cureña quebrada. La Victoria está resuelta con una mujer con alas coronando con laureles a un soldado que tiene a sus pies una canasta de frutas. En El regreso sorprende la representación amorosa del abrazo del soldado con su pareja en el momento justo anterior al estrechamiento. Uno de los muy pocos gestos amorosos representados en la estatuaria del centenario.  En los cuatro conjuntos es evidente el manejo de la relación entre la forma y el espacio, que se presenta incluso dentro de los grupos en las leves separaciones de las figuras.

 Justamente es en el conjunto de los relieves donde el homenaje al Ejército Libertador aparece menos claro. De los cuatro bajorrelieves de los lados del pedestal inferior, que habían sido modificados por indicación de Ernesto de la Cárcova ante algunos errores representados, solo dos representan acciones protagonizadas por San Martín: el cruce de los Andes y la proclama de la independencia del Perú. Las otras dos representaciones son del Gral. Carlos María de Alvear —enemigo de San Martín—y de la batalla de Salta, que aparece originalmente como la batalla de Tacuarí (una derrota de las tropas conducidas por Belgrano). El pintor Eduardo Schiaffino, asesor del Comité, aconsejó revisar ese relieve, pero el escultor contestó que no era Tacuarí, sino la Batalla de Salta. Sin embargo, en el relieve el Gral. Belgrano abraza al Gral. Pío Tristán ante la tropa formada montado a caballo y no de a pie, según sucedió. Pero como el tiempo apuraba se aceptó la equivocación para llegar a tiempo a la inauguración, a la que asistirían los gobernantes extranjeros que visitaban el país.

Tres bellos y confusos relieves que representarían escenas de las batallas independentistas. Algunas de ellas representan escenas de guerras intestinas protagonizadas por Alvear, adversario del Gral San Martín. Obras de Guistav Eberlein.

Plásticamente en las escenas representadas en los relieves es de admirar el tratamiento de las perspectivas compuestas magistralmente con las impecables figuras superpuestas, tanto en las escenas de interiores como en las batallas.

El vandalismo

El uso del espacio público, como se ve, no tiene vinculación con la belleza de los monumentos sino con las didácticas de los sucesivos poderes hacia los habitantes de la ciudad. Eso explica porqué, en la medida en que las ideas del representado están vivas y afectan a sectores de la sociedad, los monumentos se homenajean o se atacan, dejando evidencias y firmas específicas, o se intervienen pintándolos (Pedro de Mendoza, Julio Roca, etc.). Pero también se dañan para quitarles pedazos por el valor del metal, en acciones vandálicas (La Loba Romana, Hércules Arquero, etc.).

El monumento a San Martín y el Ejército Libertador sufrió en los últimos años varios robos de piezas valiosas. En 2021 se llevaron de la escalera de basamento dos relieves de bronce valiosos realizados por Gustav Eberlein. Los restauradores recientemente debieron copiar en cemento catorce yelmos y patinarlos, para completar los que fueron robados junto al relieve de la Batalla de Maipú, el sable y la vaina de un granadero, fragmentos de la corona de laureles y las alas del cóndor. Para proteger el conjunto se instaló una alta reja perimetral, más poderosos proyectores de luz y cinco cámaras de seguridad.

Yelmo restaurado recientemente. Uno de los 14 que rodeaba al monumento.

Estado actual del conjunto escultórico de homenaje al Gral San Martín y a los Ejercitos Libertadores.

Cuando quien esto escribe era un niño, corriendo por el balcón y alrededor del monumento, al mirar hacia arriba nos sentíamos protegidos por el Gran Capitán. Así me identifiqué, después, con este poema de César Fernández Moreno.

Un niño y San Martín

San Martín, fatigado de galopar el cielo
en el pueblo y mi plaza puso fin a su vuelo:
ved ahora su brazo que hacia el azul señala
tan firme sobre el viento como si fuera un ala.

Desde su pedestal altísimo de piedra
es el gran capitán del ombú, de la hiedra,
y también de las flores que adornan los canteros,
de los ligustros graves, de los pastos terreros
donde empuja su lodo el negro escarabajo…
Porque es el capitán de lo alto y de lo bajo,
de lo fuerte y lo débil, de lo humilde y altivo.

Lo puedo decir yo, que ante su plaza vivo.
y, con mis compañeros, en ella río y lloro
mientras él con justicia reparte el sol de oro.

Cuando en su pedestal juego a las escondidas
y me toca contar en sus piedras sabidas
hacia él mi mirada sube entre dedo y dedo
y en su actitud de bronce aprendo su denuedo.

Si él quisiera tomarlo de un manotazo airado,
el cielo le cabría en su puño cerrado;
si él quisiera dos cielos, de un tajo formidable,
en dos lo partiría con su virgíneo sable.

Pero él no quiere nada. Le basta lo que tiene:
el don de señalar el rumbo que conviene,
porque donde él indica, allí el Norte se asoma,
la rosa de los vientos por él cambia de aroma.

¡Oh, general del cielo! Junto a tu pedestal,
a tus plantas rendido, se desvanece el mal.
Contigo raya el día donde la noche raya.
Recíbeme en tu sombra cuando la luz se vaya.

Fuentes

Collazo, A. y Bedoya, J. Monumentos: el poder y la gloria. En Crisis nº 27. Buenos Aires, 1975.

Chávez, Fermín. La cultura en la época de Rosas. La descolonización mental. Ed. Theoría. Buenos Aires, 1973.

Magaz, María del Carmen. Escultura y poder en el espacio público. Acervo Ed. Buenos Aires,2007.

Vedoya, Juan Carlos. Estatuas y masones. En Todo es historia. Año XI. Nº 123. Buenos Aires. Agosto 1977.